VENEZUELA

de Rosario Anzola

Siento que el avión comienza a bajar. Desde mi ventanilla veo una inmensa playa, estamos volando sobre Venezuela. Abajo, un paisaje semidesértico se abre ante nuestros ojos, se trata de la península de Paraguaná y en una media hora aterrizaremos en Barquisimeto, la capital del estado Lara, situada en el noroeste del país.
Me recibe Magdalena, quien ha llevado un conjunto de cuatro, tambora y maracas para darme la bienvenida. Cantan un “Golpe tocuyano”, llamado así porque surgió en El Tocuyo, ciudad larense conocida como la ciudad madre, pues fue el primer asentamiento fundado tierra adentro por los conquistadores españoles.
Todo esto me lo va contando Magdalena, quien también me entera de que el nombre de Barquisimeto es una derivación de Bariciquimeto que en lengua aborigen caquetía quiere decir “río de las aguas color de ceniza”. Esta ciudad se fundó junto a un río de aguas cenicientas hoy llamado río Turbio. Mientras rodamos hacia su casa me muestra lo que queda del río y del enorme valle que lo rodea.

1 ELTOCUYO

Su hermano me regala un pequeño librito con reseñas y fotos de la ciudad que recorremos y me señala los sitios por donde vamos pasando: el Obelisco, levantado en 1952 cuando se celebraron los 400 años de la fundación de esta ciudad; nos detenemos más adelante para bajarnos en una modernísima catedral y continuamos hacia el centro de la ciudad para dar un vistazo a la zona más antigua con sus plazas, museos y casas coloniales. De repente Magdalena exclamó con evidente orgullo:
—¡Ema, estás en la capital musical de Venezuela! Encontrarás música y músicos por todas partes. De aquí han salido los directores de orquesta, los compositores, los cantantes y los ejecutantes más famosos del país. Muchos de ellos tienen gran fama internacional.

Ya instalados en el acogedor hogar de mis amigos, compartimos un almuerzo con platos típicos de la región. Llama mi atención una carne desmenuzada finamente y tostadita hasta crujir, la llaman “paticas de grillo”, frijoles negros fritos, arroz blanco, ensalada de aguacate y una deliciosa torta de tajadas de plátano maduro. La conversación gira en torno a Nueva Segovia de Barquisimeto, nombre original de la ciudad fundada por un español, el segoviano Juan de Villegas y me cuentan que siglos más tarde un poeta llamó a Barquisimeto “la ciudad de las cinco vocales”, las cuento con mis dedos y entre risas admito: “—¡Es cierto!”
Milagro, la tía de Magdalena, opina que la característica más relevante de esta ciudad es su condición de encrucijada de caminos, porque al norte se llega al mar, al sur se va a los Andes, al oeste al lago de Maracaibo y por varios puntos se enlaza con los llanos. Caracas, la capital del país, está a escasas cuatro horas en automóvil.

Salimos de nuevo a pasear y me llevan a la Flor de Venezuela, una edificación en forma de flor que se abre y se cierra semejando una orquídea, la flor nacional, y que fue el pabellón de Venezuela en la Feria Mundial de Hannover en el año 2000, tiempo después la instalaron aquí. De allí vamos al Parque Zoológico y Botánico Bararida, donde luego de ver a los animales nos sentamos en las gradas de una Concha Acústica para deleitarnos con un impecable concierto de música clásica interpretado por una orquesta de niños muy pequeños, algo que nunca había imaginado posible. Son las cinco de la tarde y hace mucho sol y mucho calor, entonces nos refrescamos con un “raspao”, un granizado de hielo saborizado con granadina y coronado con leche condensada.
Tomamos la vía hacia el Manto de María, un moderno monumento enclavado en una colina, con una imagen de 60 metros de altura realizada con cientos de varillas metálicas. Es una singular imagen de la Divina Pastora, patrona de la ciudad. Desde ese mirador contemplo absorta como el cielo comienza a vestirse de colores: rojos, naranjas, azules y amarillos juegan entre las nubes y los rayos de un sol que se ocultará en pocos minutos. Es un espectáculo inolvidable que me hace comprender otro de los nombres de Barquisimeto: “la ciudad de los crepúsculos”.

Bello Atarceder Único y Larense Oscar Vargas

Nos dirigimos a Santa Rosa, un pueblito cercano y aledaño a la ciudad, donde está la iglesia de la Divina Pastora. Tenemos que dejar el automóvil muy lejos y caminar hasta allí pues todas las calles y avenidas están colapsadas. Mañana es la procesión anual de esta virgen, a donde acuden unas tres millones de personas, siendo la población de Barquisimeto de tan solo un millón de habitantes. La imagen de esta advocación mariana recorrerá unos 8 kilómetros desde allí hasta la catedral y se devolverá a su morada unos tres meses después, luego de recorrer todos los templos de Barquisimeto. Esa noche presenciamos una vigilia musical en homenaje a la patrona, hay al menos veinte conjuntos de grupos que entonan canciones y bailes folclóricos. La alegría es contagiosa y nos quedamos en la plaza disfrutando del entusiasmo general hasta bien pasada la medianoche.

 Al siguiente día, nos vamos muy temprano a Sanare, un pueblito que es un piedemonte andino. Por el camino, un paisaje árido despliega todo tipo de plantas xerófilas y da cuenta de la enorme escasez de agua que hay en la región, sin embargo es hermoso. Nos detenemos en el pintoresco pueblito de Tintorero y registramos su centro de artesanía donde se exponen y se venden tejidos, instrumentos musicales, tallas de madera y piezas de cerámica.

Mis amigos me regalan un cuatro, una especie de pequeña guitarra de cuatro cuerdas y me prometen enseñarme a tocarlo cuando nos conectemos por internet. Aprovechamos para desayunar con arepas de maíz pilado (una especie de pan redondo), chivo asado, queso de cabra, guarapo de café con papelón y catalinas, unas galletas oscuras y especiadas.
Continuamos nuestra marcha y en la medida que vamos subiendo hacia Sanare los verdes se apoderan del paisaje, el cambio es evidente y la temperatura también. Una espesa neblina nos obsequia un frío agradable y decidimos tomar un chocolate caliente en la terraza de una posada, desde donde contemplamos los sembradíos y las estribaciones andinas. El hermano de Magdalena nos apura.

-¡Hay que seguir… si quieren ver la procesión! A esta hora ya es complicado entrar a la ciudad, así que prepárense para caminar.
Efectivamente llegamos a Barquisimeto, pero tuvimos que estacionar el automóvil y tomar a pie hacia una avenida donde había ríos de gente y tanta devoción como música. Fue una suerte vivir el día más festivo de la ciudad.
Cuando me llevaron de vuelta al aeropuerto me indicaron cómo afinar el cuatro con un divertido truco. Se trata de entonar una frase musical en la que cada sílaba corresponde a una nota: “Cam-bur-pin-tón”.Vale decir que luego de repetir y repetir ese “cambur pintón” soy capaz de lograr la afinación del instrumento.
Sentada en el avión me abracé al cuatro, preparada para el próximo viaje.

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