ARGENTINA

Escribe Palmito  


 

 

Se llama “Delta del Paraná”, donde el agua sube y baja, y a veces va para un lado y otras veces va para el otro. Por eso las casas están un poquito levantadas, para que cuando el río se toma toda la tierra, no les llegue adentro de las casas, a su interior.


Ahí, transitando por un arroyito y un canal, el Canal Cuarenta -que no es un canal de televisión sino un arroyo derechito hecho por el humano para llegar a las casas que están más al fondo- cerca del pantano, que es la parte más baja de la isla- me encontré con un ciervo, el ciervo de los pantanos, una especie en extinción que hay por estos lados.

El ciervo estaba en una casa abandonada en la que había vivido la familia a la que le llamábamos “los portugueses”. Le pregunté que le pasaba, por qué estaba lastimado. Me contó que una noche de marea, que es cuando sube el agua, él se acercó al albardón (que es la parte del borde de la isla, la parte más alta) porque cuando sube el agua todos los animales se van hacia el borde de la isla para que no los agarre el agua. Estaba acercándose al albardón y se encontró con una luz de un cazador que sabía que había ciervos por ahí y se acercó a cazar. Cuando vió la luz se echó a correr por el pajonal y un disparo lo hirió en la nalga. No pudo correr más, pero su compañera la cierva, lo subió a su lomo y caminó por el pajonal atravesando todo el bañado de la isla y llegó a una casa, la casa de Anastasia López, una viejita de ciento dos años que vivía bien adentro del pajonal.

Anastasia López escuchó ruidos, una forma de tocar la puerta muy particular porque era con los cuernos, las astas del ciervo. Abrió la puerta y vió a la cierva con su ciervo lastimado al lomo. Entonces la cierva la miró, dejó el ciervo y se volvió para el pajonal porque el cazador andaba cerca. Anastasia arrastró al ciervo hasta la chimenea con el fueguito que mantenía, y lo curó. Le sacó la munición, le curó la herida, lo alojó en su cama y lo abrigó toda la noche. Entrada la noche apareció un cazador golpeando la puerta, porque había seguido los rastros de sangre del ciervo. Le preguntó a Anastasia López si había visto a un ciervo, y Anastasia López –que lo tenía bien tapadito en su cama- le dijo que no sabía nada de ningún ciervo, que ni sabía si había ciervos por ahí.

Entonces el cazador siguió su camino y Anastasia López albergó al ciervo toda la noche para que él pudiera recuperarse y tuviera fuerzas para pararse e irse caminando. La noche fue muy larga, se escucharon disparos.
Al día siguiente, cerca del mediodía el ciervo estaba mejor. Después de unas últimas curaciones de Anastasia, se levantó y volvió a meterse al pantano, buscando a su compañera.
Nunca volvió a encontrarla, no sabe qué pasó con ella. El ciervo pudo llegar, aunque un poquito débil, a la casa de los portugueses, que estaba bien metida adentro, al final del Canal Cuarenta, donde ya se tapaba. Y se quedó ahí, esperando a que llegue su compañera, esperando que llegue alguien.

A esa casa, donde está el ciervo, llegan muchos niños a verlo. Como llegué yo, guiado por unos niños que viven en el Arroyo Esperita. Y siempre les cuenta historias, entre otras, la de su propia vida.

Juan, te mando un abrazo y que estés bien allá en las sierras.

Ema
El tigre, Argentina

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