MÉXICO

de Gabriel San Vicente – Abril San Vicente

El taxi en donde venía Ema llegó demasiado tarde al aeropuerto y perdió el vuelo.
Tenía todo preparado para partir y no comprendía lo sucedido.
—Salí a tiempo y llegué 4 horas tarde. ¿Cómo es posible? Vine directo, no entiendo…
En eso se acerca un niño y le entrega una nota:

Estimada señorita Ema:

Sabemos de buena y confirmada fuente, de su interés por viajar a México en lo inmediato.
A través de la presente le comunico cordialmente la invitación a navegar hacia ese destino como huésped distinguida de nuestra embarcación.
El día de hoy a las 20:00 hs. pasarán a buscarla para transportarla al muelle, le ruego esté preparada, con equipaje listo.
Sin más por el momento, queda de usted, atentamente:
El Capitán.

Volteó sorprendida por la invitación, hacia el niño, pero ya había desaparecido.
—¿Será una broma?, pensó.
Miró el reloj: 19:50
—Diez minutos para las 20:00 horas. Casi las 8, ¿salí a las 4?
—Un barco… ¿Dónde? ¿Hay mar? ¿Estoy en la capital de Colombia?

En unos minutos, llegada la hora, Ema continuaba sorprendida de lo ocurrido, con sus maletas a un lado, seguía inmóvil, esperando ... no sabía que, ... seguro debía tratarse de una broma … ¿En barco?

horizonte barco

En punto de las 20:00 horas se acercó nuevamente el niño aparecido de la nada
—¿Esta lista señorita?- la llevó hacia afuera tomando sus maletas.
En el exterior había un paisaje de fotografía vieja – dos caballos al frente y detrás de ellos una carreta-
—Esto es un sueño... ¿U…na ca…rre..ta?
En un instante ya estaba arriba, igual que su equipaje.
El viaje fue rápido. Cuando menos se dio cuenta, ya estaba en el muelle. Subió por unos maderos, nadie la esperaba, pero sentía cómo la llevaban, como si algo la empujara levemente.
No podía parar, preguntar. Así llegó a su camarote. En ese momento se dio cuenta: el barco ya estaba navegando.
Estaba en el mar, ¿cómo llegó ahí? Escuchó las campanadas del reloj. ¿Eran las 12 de la noche. ???

Ema salió de Colombia en un barco grande, viejo, con velas enormes empujadas por el viento. Atravesarían la distancia por mar, entre las olas cubiertas de espuma y luna. Miraba el cielo oscuro con sus puntitos luminosos en el horizonte, el viento se había ido por ahí persiguiendo un sueño. El silencio invitaba a los pensamientos a llegar entumecidos con el tiempo. Ema recordaba su casa, su familia, allí.... tan lejos ... tan sola.... en la inmensidad de la nada.
Miraba la cubierta, lo negro del mar, hacia lo profundo de sus años pasados.
Así durmió desde ese día a pesar de lo ocurrido, serena, tranquila esa noche y varias más, mientras se acercaba a su destino.

Un día mientras llegaba el amanecer, notó la gran cantidad de nubes grises al fondo, en esa línea que divide el mar del cielo, allá a donde se perdían los rayos del sol.
De repente escucho una voz delgadita
—Señorita, vamos a tener un poco agitada la mar, cuándo sea así, le recomiendo resguardarse en su camarote. Es por seguridad. La luna, las estrellas y el viento, aseguran la presencia de un huracán en los próximos días en nuestro camino.
—Quien habla? Desde mi llegada no he visto a nadie, la comida aparece sobre la mesa, ¡no sé cómo! ¿Dónde estás?

camroteLa voz continuó
—El capitán tiene experiencia, pide a su invitada no preocuparse en lo absoluto, aconseja resguardarse en su camarote llegado el momento, gracias.
Ema buscó a la persona sin resultados, después caminó por la cubierta sin dejar de buscar y mirando esas grandes nubes oscuras y al mar un poco agitado.
De pronto escuchó unos golpes suavecitos, se quedó quieta buscando lentamente de donde provenían. Detrás de unas cajas oía los golpes, se acercó de puntitas y descubrió a un muchacho golpeando con un madero sus zapatos.
—Hola! -Dijo él con naturalidad a Ema.
Estoy arreglando mis huaraches, porque se les salieron los clavos, me lastiman y no puedo jugar. Ema no comprendía, guardó silencio, lo miraba con curiosidad, era un chico flaco, moreno, con cejas pobladas y ojos negros melancólicos, un niño.
—¿Para dónde vas?-continuó el niño- Yo a México, voy a Oaxaca, mi tierra. Por ahí vamos a pasar, aunque el barco no hace parada, ya veré la manera de bajarme. Aunque mi primo Pancho va a venir por mí. ¿Y tú qué? te comieron la lengua los ratones? ¿Porque vienes en este barco? ¡Ahhh eres la invitada!
Por cierto, soy Ramón.

Y extendió su mano hacia Ema.
—Hola Ramón soy Ema, ¿cómo te va?
—Bien, aquí paseando, pero ya voy de regreso a casa. Estoy conociendo lugares por dónde hace ruta este barco, la vez pasada llegué allá, adonde termina la luz de sol. Y pensaba irme hasta el otro lado, donde se aparece la luna, pero el barco se demoró bastante, mejor para la otra.
—¿Eres parte de la tripulación? Preguntó Ema.
—Pues casi, casi. Soy amigo del capitán y ya sabes, tiene uno ciertos privilegios. Nada más para contribuir limpio y barro la cubierta, además de asear los camarotes de los marineros. Pero nada más para distraerme y no aburrirme. ¡Porque el capitán es mi amigo!
Dijo firme y seguro de sí.
—Aquí en el barco me respetan. Si tienes algún problema, solo dime y los solucionamos de inmediato.
Ema asintió: —¡Gracias!
—Bueno, mucho gusto. Voy a lavar la cubierta, están sucia y... ¡quiero limpiarla!
-Por cierto, ten cuidado con la mar por estos lugares, no lo mires demasiado, la mar te puede Ema.
No terminó la frase, dio la vuelta levanto la mano y se marchó. ¡Nos vemos!!!
Ema sonrió, lo vio perderse por allá, volteo al mar.

Te puede- pensó Ema.
Dio vuelta y de repente, apareció Ramón.
—¡Ay ! ¿De dónde saliste? ¡Me espantaste! Te fuiste por allá – dijo señalando nerviosa.
—Fui por unos dulces. Mi mamá los compra, ¡sabe cuánto me gustan! También tengo fruta ¿quieres?
Ema, recuperada del susto, tomó un plátano. Ramón siguió conversando:—En el pueblo, jugaba en el río con mis amigos. ¡Ahí pasábamos horas! Después subíamos al cerro a mirar el cielo por la noche, veíamos las estrellas. Si cerrabas los ojos bajaban a ti, sentías cómo se metían en el corazón, nos hacían suspirar y en segundos estábamos volando sobre la mar. Jugábamos con las olas, con los peces, alguna vez a Pancho se lo llevo el viento marino entre las olas. Iba feliz, reía y reía, pero ya no regresó. Lo fui a buscar, persiguiendo su risa. Desde entonces el viento marino me llama, quiere llevarme, susurra en mis oídos, en mi pelo, en los recuerdos. La mar te puede Ema.
Se levantó y se fue.

Ella tenía tantas preguntas para Ramón. Pero, algo pasaba … no podía preguntar, solo escuchaba. Decidió ir a su camarote, tomar un té, relajarse, dormir.
Sentada en la silla tomó su cuaderno para hacer una carta. Al momento de empezar a escribir apareció una línea con tinta azul
—¡Hola! ¿Vas a escribir? Soy Ramón.
Ema tiró la pluma y se levantó asustada.
—¿Te pasa algo? ¿Estás espantada!
Nerviosa dio la vuelta rápidamente.
Ahí sentado sobre la cama estaba Ramón.
—¿Aquí duermes? ¿Estás cómoda? ¿Puedo dormir en un ladito?
—¿Co… co… mo llegaste? Dijo Ema con voz temblorosa.
—¡Pus por la puerta! ¿Por onde más?
Ramón se acurrucó en un costado de la cama dispuesto a dormir
—Hasta mañana Ema
Ella solo levanto su mano haciendo una seña, como diciendo adiós.
La noche fue larga, no logró conciliar el sueño, miraba y miraba a Ramón quien dormía a pierna suelta. Al amanecer se puso a preparar un poco de pan con té para compartir con su compañero de camarote. En eso entra Ramón, ¡y le hace tirar el té por el susto!
—La mar está más agitada, hay mucho viento, estamos por llegar a Oaxaca, mi tierra.
Enmudecida, pasmada solo pudo decir
—¿A -qué ho-ra-te-le-van-taste? ¡No te vi hacerlo!
—¡Hace rato! Estabas dormida. Debes de cuidarte… La mar te puede Ema.
Y se fue así, tan de imprevisto como había llegado.
Ema salió por detrás, rápido, buscando por donde se había ido Ramón. Lo vio allá al fondo, perderse entre el amanecer. El viento, la mar agitada, las olas aparecían por la cubierta con fuerza.
—¡Ema a tu camarote! De prisa, en unos momentos la mar será peligrosa. La mar te puede Ema. Era la voz de Ramón.
Fueron varios días y noches terribles.
Cuando sintió calma, abrió la puerta y subió a la cubierta, el sol estaba radiante, solo unas pocas nubes a lo lejos. El huracán se había ido más al norte.
De pronto en la cubierta escucha una voz, pero esta vez, no era Ramón:
—Hola, soy Pancho. ¿No has visto a mi primo Ramón? Ha de estar esperando … le dije que vendría por él, y no lo encuentro. Ya llegamos a Oaxaca y nos esperan en casa, ya prepararon la ofrenda. Es 30 de octubre.

huracan

 Ema no comprendía muchas cosas. No comprendía… ¿De dónde salió este chico? ¿Cómo subió al barco?
¿Quién es el capitán, quien es Ramón? Y mientras pensaba, nuevamente escuchó la voz de Ramón:

—Soy yo Ema, venimos juntos desde hace días, ¿no te acuerdas?
Temblorosa, pasmada, trastabilló.
—¿Leyó mi mente? – Ramón a su lado la detuvo:
—Falta poco para llegar a México, no te preocupes, llegarás bien. Fue un gusto conocerte y acompañarte Ema, feliz viaje. Pancho y yo nos bajamos aquí. Recuerda, la mar te puede Ema. Nos vemos.
Y desaparecieron como por arte de magia.
En ese momento Ema sintió cómo su cuerpo se relajaba, estaba feliz, no sabía porqué. Suspiró profundo, abrió los brazos y dijo con el viento marino sobre su cuerpo:
—La mar te puede Ema.

 II

La despertó el retumbar de unos tambores e instrumentos de viento. Se incorporó lentamente, parecía que aún no caía en la cuenta de donde se encontraba.

—¡Hasta que te despiertas! -Era Ramón, el niño del barco. Se encontraban sentados en una banca.
—Hay que darnos prisa, porque el tiempo se nos acaba- la apresuró Pancho.

Ema seguía sin entender lo que sucedía. Se talló los ojos, se estiró un poco, se puso de pie y siguió a los niños.
El sol ya se había escondido, ahora se veía una enorme luna que parecía tener un conejo dentro. Debían de ser entre las siete y nueve de la noche. Caminaron aproximadamente por dos calles y llegaron a un mercado, que al igual que el centro, se encontraba repleto de gente.
Ema quedo maravillada, aquel mercado era el más colorido que había visto en su vida: por un lado se veían frutas de todos los colores, verduras de todos los tamaños, muchas cosas, no tenía ni idea de lo que eran. La mezcla de olores era muy peculiar.

El lugar también estaba lleno de vendedoras de flores naranjas y una que otra morada, parecían bolas de algodón, le llamaron mucho la atención por lo que se quedó un instante a observarlas.
—Está flor se llama cempasúchitl- le dijo Ramón.
—Cempa ¿qué?- contesto Emaflor
—Cem-pa-su-chi-tl - silabeó Ramón. —Significa la flor de los veinte pétalos por sus raíces en nahuatl cempoal -20 pétalos- y xochitl -flor.De pronto detrás de las flores apareció una señora.
—No eres de aquí ¿verdad? Le pregunto curiosa, mientras escogía una flor y se la daba
—Te la regalo, para que nunca olvides este día. Y le guiñó un ojo.
—Muchas gracias, es de los regalos más bonitos que me han dado- dijo sonriente pero enseguida vio que Ramón y Pancho la apresuraban, volvió a agradecer y se marchó.
Siguieron su recorrido, Ema se sentía un tanto apabullada por tantas cosas que había para ver. Miró hacia arriba y vio unos peculiares adornos, parecían hechos de papel de colores, pero lo más increíble de estos banderines era que tenían figuras, pero…de ¡calaveras!, calaveras comiendo, platicando, cantando, en fin… haciendo de todo.

Ese es papel picado- le dijo Ramón al verla tan impresionada.
Ahora miraba hacia otro lado y veía una enorme variedad de chiles de todos colores y tamaños. Siguieron caminando un poco más hasta detenerse frente a un puesto donde vendían pan, pero al igual que otras cosas que había visto en su recorrido por ese pintoresco mercado, no tenía idea de ese tipo de pan raro. Por un lado, encontraba uno redondo espolvoreado de azúcar, el cual tenía unas formas extrañas a modo de decoración: ese era el famoso pan de muerto. Pero había otro más grande, este tenía una figurita como de un nene, que parecía salir del pan, el cual, en vez de estar espolvoreado de azúcar, tenía ajonjolí a su alrededor.
—Oye, ¿traes dinero?- pregunto Ramón. Ema asintió —Podrías comprar unos 6 panes de cada uno?

Ema sin pensarlo mucho, pidió los 6 panes de muerto y el otro que no sabía su nombre, y que le dijeron se llamaba pan de yema, pero pidió uno extra de cada uno para probar.
Una vez que salieron del mercado se dirigieron al mismo punto desde el que habían iniciado su recorrido.
Ahora sí podía observar más detenidamente a esa multitud. Por un lado, las mujeres llevaban faldas largas hasta los tobillos, faldas de todos los colores existentes, blusas llenas de flores y de diversas figuras -las cuales no se lograban distinguir por la lejanía- aretes grandes y collares aún más grandes, parecían de oro. Los hombres de igual forma iban con ropa colorida, algunos con sombrero.
Lo que más extraño se le hizo, fue ver que todas esas personas estaban maquilladas de calavera. Todos parecían felices mientras bailaban al compás de la música interpretada por una banda, dando
Tamborazos junto con las trompetas, saxofones, clarinetes, allá, hasta el fondo de la comparsa. Aquel escenario que se le presentaba era algo definitivamente sacado de una película.
Estaba tan inmersa en ese paisaje tan peculiar, que demoró en ver a Ramón y al primo haciendo señas para que fuera más rápido.
Siguió a los niños y se mezcló con la muchedumbre. Continuó avanzando, pero de pronto ya no caminaba. Sus pies trataban de imitar el baile que estaba presenciando, unas señoras al ver que no sabía bailar se acercaron y le enseñaron algunos pasos que ella -a su manera- trato de hacer, aunque sin conseguirlo del todo. No supo cuánto tiempo pasó. Ya hasta había olvidado que venía con los niños cuando aparecieron de nuevo y la hicieron salir de aquella gran celebración, ¡un pachangón!
Caminaron por algunas calles mucho más tranquilas, más despejadas que de donde venían, pero igual de llamativas. Fuera de todas las casas había altares, todos llenos de color: había comida, bebidas, dulces, velas, flores naranjas como la que le habían regalado y otras cosas que no supo identificar. Así fue el recorrido hasta donde los niños pararon, enfrente de una casa que al igual a otras tenían su altar.
—Ema, ¿podrías por favor acomodar el pan en esos platos grandes? Le dijo Pancho.
Colocó cuidadosamente el pan, aquello la hacía sentirse más parte de toda esa experiencia.
—Muchas gracias por ayudarnos, tenía mucho tiempo que no podíamos traer el pan, eso es lo que siempre nos toca hacer, seguro nuestras mamás se pondrán muy contentas.
Los niños se veían radiantes de felicidad.
Ema feliz, volteo a ver más detenidamente la ofrenda y encontró en ella las fotos de dos niños: eran Ramón y Pancho. Sorprendida dijo;
—¡Aa-quí están sus fotos! ¡En la ofrenda!
Con cara de asombro guardó silencio. Miró a los niños emocionados, comiendo y bebiendo los alimentos de la ofrenda. Inmediatamente localizó los dulces de Ramón y se los acercó. Recordó que él había dicho:
—Mi mamá sabe cuánto me gustan.

De pronto todo cobró sentido.
Su viaje en barco la había hecho olvidar en que día vivía. Había llegado a este país un 30 de octubre: el día de los niños, los niños que se habían ido a otro plano antes de tiempo, el día de muertos, el día de Todos los Santos. Un sentimiento de tristeza la invadió, volteó a todos lados, pero ya no vió más a los niños, solo escuchó las risas que se perdían y se desvanecían a lo lejos.
Envuelta en el viento marino Ema fue detrás de ellos:
—Ramón, Pancho, no se vayan … Voy con ustedes, ¿dónde están? No los veo.
El viento se transformó en un gran remolino. Ema sintió cómo se perdía entre el mar, las olas, la noche y las estrellas.
Escuchaba las voces de Ramón y Pancho a la distancia:
—No puedes venir con nosotros … ya nos vaaaaaamooos …
Y el silencio la acarició junto con el viento del mar. Abrió los ojos, miró a la luna con su gran conejo inmóvil. Suspiró y sonrió.
La mar te puede Ema.

cartacarta

Querido Juan:

Estoy en México, no sé qué decir. Son sensaciones que van y vienen.
Todavía no alcanzo a comprender lo sucedido, sigo entre flores y copal, entre sueños y pensamientos.
En la magia del camino cubierto de escarcha, amaneciendo con hermosos cantos de pájaros, mirando al sol, al cielo, al mar, al pueblo, a su gente, a su alegría compartida, al amor a su tierra, a sus antepasados.
A ese amor lo hice mío Juan.
No preguntes, no lo puedo explicar.
Así es. Así fue.
Así será.
Ema

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